sábado, 21 de noviembre de 2009

MEMORIA E HISTORIA

A mi padre y a mi abuelo Pedro.


El crío tiene apenas siete años, camina arrastrando los pies y de sus alpargatas asoman traviesos unos cuantos dedos. Los bajos de su pantalón de trapo, tan limpio como viejo, se deja arrastrar por el camino polvoriento.
El padre lleva una escopeta de perdigones cogida entre sus brazos, junto al pecho, envuelto en un pedazo de sábana vieja. Es un hombre delgado, moreno, de rostro serio y curtido. Su mirada, en cambio, es cercana, afable.
El pueblo va quedando atrás y las líneas de las pequeñas casas blancas se dibujan en torno a la iglesia. A La derecha, sobre el "cerro del moro", el molino extiende sus aspas sin grandilocuencia, casi con timidez. A ambos lados del camino se extienden campos de trigo recién recogido. No hay nadie, no suena nada excepto el leve rumor de los pájaros que reciben el día. El niño, con las manos en los bolsillos, mira a su padre un instante y después agacha la cabeza antes de hablar.
- Sancho, el de la ganadería, me dijo ayer que tú eres un rojo y que deberías estar muerto.
El hombre no contesta y sigue caminando, ni siquiera ha cambiado el gesto. A lo lejos, se oyen un par de ladridos. El hombre se detiene un instante, mira y sigue caminando. El camino sigue desierto.
- Me dijo que has matado a mucha gente. Que eras teniente y que los tenientes mataban a mucha gente.
- ¿Y tú qué le has dicho?
- Que era mentira.
El niño sale del camino siguiendo los pasos del padre, que saca de su bolsillo unas cuantas semillas y las esparce por el suelo en torno a un árbol. A una cierta distancia ambos se tumban el el suelo. El padre saca un cartucho del bolsillo y carga el rifle. El niño mira al árbol, el padre mira al cielo despejado.
- ¿Por qué nunca hemos venido a cazar, padre?
- Porque no me gusta. Y está prohibido.
- Entonces, ¿por qué venimos?
- Calla, los vas a asustar.
- Tengo hambre.

Pasan los minutos y el niño, bocarriba, deja caer arena sobre sus pantalones. Luego se da la vuelta, mira hacia el árbol y, en silencio, tira a su padre de la chaqueta. Unos cuantos pájaros han empezado a arrimarse al árbol, picoteando la simiente esparcida. El padre, entonces, coge la escopeta con rapidez y apunta. El niño pone las manos en sus oídos y entrecierra los ojos. El padre respira pausado y los segundos pasan interminables.
- Dispara, papá. Vamos, ¿qué haces?, se van a ir.
La punta del rifle tiembla pero el dedo sobre el gatillo permanece firme. Más pájaros se arremolinan con estruendo y devoran con avidez las semillas.
- Vamos, dispara.
El hombre ya no respira con calma, una gota de sudor resbala por su frente. El sol le pega en los ojos. La punta del rifle desciende lentamente al suelo y el dedo se separa del gatillo.Se seca el sudor con la manga. Apunta de nuevo. Unos segundos. Vuelve a bajar la escopeta.  Los pájaros echan a volar en bandada cuando el hombre se levanta para descargar su arma.
- Pero… se han ido. ¿Por qué no disparaste?.
El padre mira la semilla devorada y se echa la escopeta al hombro. Hace un ademán con la cabeza y vuelven al camino con paso pausado.
-Pero padre, ¿por qué les dejaste ir?
El padre no contesta. Se limita a atraerle hacia sí mientras caminan. A la altura del molino habla con su calma habitual.
- ¿Cómo les iba a disparar? Estaban tan a gusto comiendo… No te enfades, le diremos a madre que haga patatas otra vez.
Dos figuras dejan un rastro polvoriento sobre el camino de vuelta hacia el pueblo. Al fondo, las casas han perdido sus formas, y los pájaros revolotean en el campanario anunciando un nuevo día de calor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario