domingo, 18 de julio de 2010

VERANO

Mañana será verano,
mañana será un verano infinito de chicharras y alcobas
Pienso levar anclas , dormir en tus senos
y regar cada espacio por tener fresco el recuerdo.
Afuera los coches pitan desesperados,
mi barco les estorba.
Yo bebo sus ruidos, los escupo y callo.
Tanta prisa tienen que sólo ven un barco,
ajenos al mar que les rodea.

viernes, 9 de julio de 2010

DEMOCRACIA (UNA ROSA ENTRE LOS DIENTES)

José esquiva baldosas en lo que cree ser el camino a casa. Manuel lo vió y ahora está sentado junto a él en un banco con el brazo sobre su hombro. José no habla, más bien murmura cosas ininteligibles que sólo Manuel comprende. Isabel espera a Manuel, a José ya nadie le espera. Dice que tiene fantasmas en casa, que le atormentan al caer la noche, que por eso sale, que por eso bebe, que nunca más lo volverá a hacer. Manuel mira al frente, justo donde el edificio tapa el camino a casa. Recuerda que allí aparcaba su seat 127 verde, y recuerda a José debajo, siempre dispuesto, tan alegre, a apretar el manguito rebelde del coche de su vecino. Y siempre a su lado, Francis, su hijo, tan pequeño y moreno, mirando a su padre, orgulloso de aquel hombre de manos agrietadas luchando contra el coche.
No es dificil comprender que la ciudad se subió a sus espaldas, que les acogió como a extraños, que se llegaron a extrañar de ellos mismos. Es fácil llegar a comprender que todo era grande y que, a ratos, la mente volaba hacia los campos sedientos de los que huyeron. Allí estaría padre sembrando esperanzas secas, y madre junto al fuego vacío mirando al camino allá por donde sus hijos se fueron. Dentro silencio, silencio, el anhelado silencio que quedó en la alcoba.
Sería fácil si comprendiérais que Franco murió, que los hijos crecieron, que la democracia cubrió los barrios haciéndoles creer que era suya, que era de todos.
Es fácil: las noches de verano a la puerta de casa, y los niños jugando en el descampado. Y mucho circo, y el coche se hace más grande, el trabajar más complicado y el barrio se llena de jóvenes con ojos de vidrio que roban cincuenta pesetas a cuchillo.Y, entonces, eran sus hijos quienes les amenazaban por cincuenta pesetas y el reloj de la abuela. Es fácil comprender que los chicos una tarde cambiaron la jeringuilla por los libros viejos. No era peor que casa. Y el  no saber qué hacer y la ciudad más grande que nunca, hambrienta, inhumana, desplegada frente a ellos. Francis cubrió sus venas de pinchazos, y un trabajador social le dió a José un manual que no supo leer. En casa, Gloria, la madre, lloró sobre el pescado frito, José tragó sus lágrimas y Francis se secó al sol como el pegamento entre sus manos. Es que Francis era rebelde, es que Francis era salvaje. Y la democracia rió con una rosa entre los dientes.
Es fácil, escucha, que el tiempo pasa, que nunca regresa para rehacer surcos.
Manuel tuvo suerte y hoy, al menos, su hija con hijos no le llama. A José nadie le llama.
Y qué si la ciudad se hizo más grande, y qué si ahora es más bonita, y qué si dejaron su vida en un andamio, y qué si les trataron como a perros, y qué si son viejos y la pensión no llega a la boca. Y qué si ves dos hombres en un banco. Uno está borracho y maldice entre dientes, otro le pasa la mano sobre el hombro, sereno y serio. Y quizás nunca comprendamos, aunque sea fácil, lo que fueron, lo que les debemos, lo que somos.