sábado, 11 de diciembre de 2010

AMIGA

Temo olvidarte,
olvidar cuanto de ti sé,
olvidar que eran nuestros
los sueños,
las confidencias,
la juventud enredada
en nuestros dedos
como una maraña
que se resiste
a ser deshecha.

Niego la derrota,
amiga;
acaso porque
la distancia es sólo
un ánimo extraño
que se instala
en las mañanas
de invierno.

No es por soledad
ni por complacencia;
es quizás la deriva
de la ciudad que mata,
la ciudad que muere en mí
sin remedio,
la ciudad que te aguarda
en cada esquina
de mi recuerdo.

Pasarán los años,
los trenes atestados;
nadie me espera aquí,
(tú tampoco),
pero quedarán pinceles,
palabras en calma,
y la certeza
de que todo regresa
de cualquier modo.

Temo olvidarte,
despertar sin saberte,
creer que nunca fue,
abrazar fantasmas
que me niegan
el despertar
de la utopía cercana.

Sólo quedan espacios,
vacíos que muerden,
y yo temo olvidarte
y no volver a recordar
que una risa quiebra el mundo,
que lo hace habitable,
y que parará el reloj,
a pesar del tiempo perdido.

domingo, 18 de julio de 2010

VERANO

Mañana será verano,
mañana será un verano infinito de chicharras y alcobas
Pienso levar anclas , dormir en tus senos
y regar cada espacio por tener fresco el recuerdo.
Afuera los coches pitan desesperados,
mi barco les estorba.
Yo bebo sus ruidos, los escupo y callo.
Tanta prisa tienen que sólo ven un barco,
ajenos al mar que les rodea.

viernes, 9 de julio de 2010

DEMOCRACIA (UNA ROSA ENTRE LOS DIENTES)

José esquiva baldosas en lo que cree ser el camino a casa. Manuel lo vió y ahora está sentado junto a él en un banco con el brazo sobre su hombro. José no habla, más bien murmura cosas ininteligibles que sólo Manuel comprende. Isabel espera a Manuel, a José ya nadie le espera. Dice que tiene fantasmas en casa, que le atormentan al caer la noche, que por eso sale, que por eso bebe, que nunca más lo volverá a hacer. Manuel mira al frente, justo donde el edificio tapa el camino a casa. Recuerda que allí aparcaba su seat 127 verde, y recuerda a José debajo, siempre dispuesto, tan alegre, a apretar el manguito rebelde del coche de su vecino. Y siempre a su lado, Francis, su hijo, tan pequeño y moreno, mirando a su padre, orgulloso de aquel hombre de manos agrietadas luchando contra el coche.
No es dificil comprender que la ciudad se subió a sus espaldas, que les acogió como a extraños, que se llegaron a extrañar de ellos mismos. Es fácil llegar a comprender que todo era grande y que, a ratos, la mente volaba hacia los campos sedientos de los que huyeron. Allí estaría padre sembrando esperanzas secas, y madre junto al fuego vacío mirando al camino allá por donde sus hijos se fueron. Dentro silencio, silencio, el anhelado silencio que quedó en la alcoba.
Sería fácil si comprendiérais que Franco murió, que los hijos crecieron, que la democracia cubrió los barrios haciéndoles creer que era suya, que era de todos.
Es fácil: las noches de verano a la puerta de casa, y los niños jugando en el descampado. Y mucho circo, y el coche se hace más grande, el trabajar más complicado y el barrio se llena de jóvenes con ojos de vidrio que roban cincuenta pesetas a cuchillo.Y, entonces, eran sus hijos quienes les amenazaban por cincuenta pesetas y el reloj de la abuela. Es fácil comprender que los chicos una tarde cambiaron la jeringuilla por los libros viejos. No era peor que casa. Y el  no saber qué hacer y la ciudad más grande que nunca, hambrienta, inhumana, desplegada frente a ellos. Francis cubrió sus venas de pinchazos, y un trabajador social le dió a José un manual que no supo leer. En casa, Gloria, la madre, lloró sobre el pescado frito, José tragó sus lágrimas y Francis se secó al sol como el pegamento entre sus manos. Es que Francis era rebelde, es que Francis era salvaje. Y la democracia rió con una rosa entre los dientes.
Es fácil, escucha, que el tiempo pasa, que nunca regresa para rehacer surcos.
Manuel tuvo suerte y hoy, al menos, su hija con hijos no le llama. A José nadie le llama.
Y qué si la ciudad se hizo más grande, y qué si ahora es más bonita, y qué si dejaron su vida en un andamio, y qué si les trataron como a perros, y qué si son viejos y la pensión no llega a la boca. Y qué si ves dos hombres en un banco. Uno está borracho y maldice entre dientes, otro le pasa la mano sobre el hombro, sereno y serio. Y quizás nunca comprendamos, aunque sea fácil, lo que fueron, lo que les debemos, lo que somos.

jueves, 20 de mayo de 2010

DISFRACES

La cena se enfriaba en la mesa. Sonaron las llaves en el descansillo y padre entró con ojos de cristal. Esta vez venía vestido de bufón. Madre tiró la servilleta para después levantarse y cerrar su habitación de un portazo. Todavía la recuerdo allí, de verde, llorando en la cama, vestida de reina. El bufón recitó un insulto sin gracia y se quedó dormido sobre la mesa. Yo, siempre fiel a la reina, rompí mi disfraz de niño aquella misma noche.

viernes, 14 de mayo de 2010

EL LIBRO GASTADO

El libro tiene las hojas amarillas y huele a invierno. Lo abro y dejo resbalar las páginas entre mis dedos. La primera frase dice: "Un día cualquiera al norte de Londres..." Siempre espero que la primera frase me diga algo que me conmueva, algo que me irrite, que deje mi curiosidad indefensa. "Un día cualquiera..." No me importan los días cualquieras, me importan los días raros donde la normalidad se despierta asustada.  Esto me pasa por extravagante, por no tener nada mejor que hacer un sábado por la noche. Por fiarme del viejo barbudo de la tienda de libros de segunda mano. "Este es un buen libro - me aseguró- . Edición de 1966 y lleva aquí desde 1968". Seré estúpido...
Dejo pasar las páginas y recuerdo a quien me dijo que los libros que se odian son tan imprescindibles como los que se aman. No hay nada más aberrante que la indiferencia. Lo abro a la mitad. Página 93. A punto de pasarla, algo escrito a boligrafo junto al número de página me hace detenerme. Leo: "Te odio. Es lo único que tengo". No me extraña, seguro que se refiere al autor del libro y sonrío travieso ante mi ocurrencia de escritor frustado.
Cierro las páginas mirando a la gente pasar con cara de jubilado amable. Puede que este tipo odiara a una mujer, eso sería normal, y aburrido. Puede que odiara a su padre, a su madre o a un amigo, pero el odio racional no se escribe en los márgenes de los libros. Ese odio nace de las pasiones, de las renuncias obligadas. Empecemos de nuevo: todo lo que tiene es odio. ¿Rencor? ¿Odio? ¿Es acaso lo mismo? Sería maravilloso odiar sin razón pero eso significa que también se puede amar sin razón. Puede ser que un día alguien se levante de la cama y ame la luz que entra por las ventanas y los golpes del vecino de arriba enfadado con su perro. Pudiera ser. Pudiera ser, incluso, que el odio se diera por amor y que tras el amor se escondiera el odio. Puede ser que tras sus palabras ese hombre... Pero, ¿por qué ha de ser un hombre?... Puede que sea una mujer. Seguro que será una mujer y todo cambiaría de repente. Me la imagino con un vestido viejo ( no sé por qué). Se ha tomado un café y alguien cerró la puerta con un golpe. O quizás alguien le diera un beso antes de salir y después cerrara con delicadeza. Ella sonreiría, limpiaría la casa, pondría el libro en su regazo y cogería un bolígrafo antes de pasar la mano con asco por su mejilla. Es una buena razón: nada es lo que parece. Demasiado obvio. Entonces pienso en el librero que, con media sonrisa, me deseó una buena lectura y en la portera que, a la salida del ascensor, me preguntó por tí después de dos años sin verte.
"Te odio. Es lo único que tengo." Y me imagino a esa persona haciendo la maleta u oliendo la almohada del otro lado de la cama. Quizás cogiendo una pistola y esperando mientras suena en la radio una canción de los Beatles. Puede que siga viva (han pasado cuarenta años), y que el odio quedara en una proclama incendiaria, puede que haya aprendido a amar sin renuncias. El odio implica haber amado o, como decía, puede que todo sea uno. Quizás la solución al odio esté en no amar demasiado.
Vuelvo a abrir el libro y veo los trazos. Son rectos, firmes y elegantes.
Me pregunto qué le lleva a alguien a vestir de odio, a olvidar su pantalón o su vestido en la recámara. Debe de ser triste tener sólo odio y no saber donde dejarlo. Olvidar los recuerdos y las sonrisas y la infancia, ofrecer la nada a cambio de nada esperando que alguien lo recoja y te lo agradezca. Acaso sea generoso ofrecer lo que se tiene aunque sea un vacío sin fin. Quizás esa sea la historia: ofrecer la nada y que alguien lo quiera por miedo a perder algo en el camino. Cierro el libro y camino hacia casa esperando no encontrarme de nuevo a la portera en la puerta del ascensor.

sábado, 27 de marzo de 2010

LOCURA Y PAPELES ARRUGADOS

Si dos locos caminan por la calle más grande de una ciudad, cualquiera lo vería lógico. El mundo está lleno de locos. El caso es que, éstos de nuestra historia, van sembrando dudas por donde quiera que pasan. La gente no las lee, estaría bueno. El caso, como aseveraba, es que dos locos tiran papeles por la calle. Son papeles pequeños, garabateados, y asevero que son reales (toda aseveración conlleva su duda práctica). Caminando como si cualquier cosa, van soltando efluvios generosos de dudas, preguntas inequívocamente equivocadas (dicen algunos) sobre la naturaleza del ser humano como ser entendible. Puede que no me entiendas, trataré de ser más claro. Empecemos de nuevo:
Dos locos caminan y sueltan al aire generoso generosas dudas sobre nuestra naturaleza alejada. La gente les mira mal (joder es que están locos). A ellos no les importa. La larga fila de hormigas no les ve, claro que tampoco quieren verles. Digo que a ellos no les importa (no tienen nada mejor que hacer). Ríen y los papeles vuelan como cenizas o como hojas secas, corren y el viento se aparta (nunca está cuando se le necesita); la policía no se aparta y les detiene en seco, otoño de castañas asadas. Ellos ríen. Claro, es que no son un peligro para el Sistema, sólo sueltan papeles al aire, pequeños como pulgares, y arrugados (maldito incordio). !La documentación!, dice el policía. Y la gente normal huye del contacto no vaya a llegar la primavera anticipada. A lo que íbamos:
Dos locos, la policía y papeles que ya ocupan la vía principal, donde un taxista se queja de no poder escuchar la Cope por el imprevisto. Dos policías jóvenes y una radio. "Tenemos a dos locos que tiran papeles". Y la radio sigue muda como entonces. Los papeles inundan edificios y ministerios. La gente mira al cielo, maldita sea. Los papeles están en el suelo, maldita sea.
Los dos locos, vestidos como tú ahora, se sientan en un tiesto que uno de ellos sacó del bolsillo. Fuman y se aburren. Vaya, no estoy loco, ya vereis:
Son las 08: 45. Miercoles. Quince de noviembre.
La gente grita subversivos. No gritan subversivamente, gritan: "subversivos". Los locos se miran y sus pelos se convierten en cristales ( vaya usted a saber). Esto no tendría un final si no hubiese sido por la chica de Honduras que va a limpiar la casa de un empresario xenófobo de Albacete, que, a su vez, recogió los frutos de una empresa creada por su abuelo, casado con una nicaragüense, y que hizo su imperio con el sudor de los argentinos pobres, o pobres argentinos. El caso es que ella cogió el papel con disimulo, lo leyó y al llegar al trabajo le dió una patadas en los huevos al empresario albacense. Y creó una ley que no estaba escrita, la ley de la locura social. Y nada fue lo mismo a partir de entonces, porque locura y realidad salieron de la mano a pasear por las calles más grandes del centro. Hay quien dice que lo de ahora no es mejor que la locura muerta de antaño. Yo no sé que pensar pero, por si acaso, abro cada papel arrugado que encuentro en mi camino.

lunes, 15 de febrero de 2010

ENCUENTRO

Juraría que es él. Miro sus ojos y reconozco el color claro que rodea la pupila, reconozco su voz pausada, sus eles trabadas casi impronunciables. Es él, lo sé. Me ha dado un abrazo, me ha dicho que maldito el tiempo que hace que no nos vemos. Debe de ser él y, en cambio, no es él.
La última vez que le ví era alto, alegre y en cada rincón de la vida se revolvía rebelde mientras miraba con desafío. Le he abrazado, claro; uno es cortés y tímido. Él parecía pequeño y el ruido de una moto junto al semáforo le ha asustado como a un cachorro. Yo, pequeño como soy, me ensalcé enorme a su lado. No quiero que sea él, no quiero este recuerdo. Yo lo ví valiente en un tiempo, yo lo vi comer relojes apurando el tiempo.
Quizás no sea él. Me habla de la vida, de renuncias y yo me abrazo al sol que entra por la ventana. Me reconoce, de eso no cabe duda, pero mi cara es normal, mucha gente cree reconocerme. Puede que esté equivocado y en la siguiente frase reconozca el error.
Ha dicho mi nombre, pero eso no dice nada, cualquiera podría llamarse como yo. Y mi madre también tiene un nombre muy común, y me crié donde tantos otros lo han hecho; mis amigos de la infancia son como él dice, pero acaso los amigos del resto sean de este modo, me gusta el atardecer sí, no es nada original; odio el verano, y a los gatos, nada extraño... Me levanto el cuello del abrigo. Maldito sea el instante en que este loco decidió pararse a mi lado. Atraigo a todos los locos, es habitual. Y todos creen reconocerme.

viernes, 15 de enero de 2010

CUBA

Dejamos la isla atrás. Nadie esperaba nuestro regreso y, sin embargo, hicimos las maletas, miramos por última vez y lloramos con los ojos empapados en ron. Atrás quedó el mar que nos alejaba, la selva que creímos nuestra de algún modo. Atrás quedó el olor a tierra mojada, la sonrisa cercana y la fruta fresca. El avión nos alejó rabioso y las ventanas quedaron empañadas. Quizás nunca volvamos, quizás sólo sea un recuerdo. Aterrizamos en Madrid. Recuerdo que llovía. Sentí que no se alejó un lugar, se alejó un mundo diferente, apenas eso, otra forma de sentirnos, de ser humanos. El mundo se mueve deprisa, nos come sin piedad. Y en esos momentos recuerdo a Gladys, a Jorge, sus medallas en Angola, y ese mojito cantando a Silvio; recuerdo la revolución en los ojos de la gente y el viento en playa Girón. Fué sólo un instante y ahora los coches rugen y yo quedo contigo para tomar café. En la calle hace frío y la fruta no huele igual, pero estás tú y, de cuando en cuando, el aire trae aroma a tierra mojada.