lunes, 15 de febrero de 2010

ENCUENTRO

Juraría que es él. Miro sus ojos y reconozco el color claro que rodea la pupila, reconozco su voz pausada, sus eles trabadas casi impronunciables. Es él, lo sé. Me ha dado un abrazo, me ha dicho que maldito el tiempo que hace que no nos vemos. Debe de ser él y, en cambio, no es él.
La última vez que le ví era alto, alegre y en cada rincón de la vida se revolvía rebelde mientras miraba con desafío. Le he abrazado, claro; uno es cortés y tímido. Él parecía pequeño y el ruido de una moto junto al semáforo le ha asustado como a un cachorro. Yo, pequeño como soy, me ensalcé enorme a su lado. No quiero que sea él, no quiero este recuerdo. Yo lo ví valiente en un tiempo, yo lo vi comer relojes apurando el tiempo.
Quizás no sea él. Me habla de la vida, de renuncias y yo me abrazo al sol que entra por la ventana. Me reconoce, de eso no cabe duda, pero mi cara es normal, mucha gente cree reconocerme. Puede que esté equivocado y en la siguiente frase reconozca el error.
Ha dicho mi nombre, pero eso no dice nada, cualquiera podría llamarse como yo. Y mi madre también tiene un nombre muy común, y me crié donde tantos otros lo han hecho; mis amigos de la infancia son como él dice, pero acaso los amigos del resto sean de este modo, me gusta el atardecer sí, no es nada original; odio el verano, y a los gatos, nada extraño... Me levanto el cuello del abrigo. Maldito sea el instante en que este loco decidió pararse a mi lado. Atraigo a todos los locos, es habitual. Y todos creen reconocerme.